Por Leonel Fernández Reyna
En la interpretación de la escena política internacional, suele afirmarse que reconocidas figuras de la derecha, como Donald Trump, en los Estados Unidos; Marine Le Pen, en Francia y Geert Wilders, en los Países Bajos, pueden ser catalogadas como líderes populistas.
Lo mismo se ha dicho con respecto a destacados dirigentes progresistas o de izquierda latinoamericanos, como son los casos de Hugo Chávez, en Venezuela; Evo Morales, en Bolivia y Rafael Correa, en Ecuador.
¿Cómo es posible que líderes con valores, concepciones y trayectorias tan disímiles en el ámbito político puedan ser ubicados en la misma categoría de populistas? Para dar respuesta a esa interrogante, habría que partir de una comprensión del concepto de populismo. Sin embargo, a pesar de ciertos rasgos en común del fenómeno populista, no existe en la actualidad un criterio unánime para definirlo.
En términos generales, el populismo, que no es una ideología ni una corriente de pensamiento, implica la creación de grupos, movimientos sociales o partidos políticos que participan de la acción política sobre la base de una confrontación o conflicto entre el pueblo, entendido como el conjunto de sectores sociales que conforman los de abajo, frente a las élites, identificadas como los privilegiados del poder y la fortuna.
Pero el tema es mucho más complejo, ya que el conflicto cambiará de naturaleza dependiendo del momento y de las circunstancias históricas; y, por supuesto, eso será lo que permitirá establecer las distintas variedades del fenómeno populista, así como la orientación, de derecha o de izquierda, entre los líderes políticos identificados con esa corriente política.
Como fenómeno histórico, el populismo nació en Rusia, en la segunda mitad del siglo XIX. Surgió de las luchas de los pequeños productores agrícolas o campesinos, llamados Narodniks, que en ruso significa “pueblo”, luego de haber sido emancipados de su condición de siervos, en contra de las nuevas corrientes capitalistas que empezaban a introducirse en el país.
De igual manera, en la última década del siglo XIX, en los Estados Unidos, hizo su aparición el llamado Partido del Pueblo, cuyo objetivo también era luchar por la reivindicación de los productores agrícolas, quienes se veían afectados por el desarrollo de tendencias monopolistas dentro del capitalismo norteamericano de entonces.
POPULISMO EN AMÉRICA LATINA
EL POPULISMO EN LA ESCENA INTERNACIONAL
Tanto en la Rusia zarista como en los Estados Unidos, el populismo, como expresión de las luchas agrarias, prevaleció hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Luego, se disolvió en el caso norteamericano para reaparecer, con nuevas características, a partir de los años 40 hasta la actualidad.
En América Latina, por el contrario, el populismo emergió como reacción ante el Estado oligárquico que se creó luego de la proclamación de la independencia.
En ese sistema, los propietarios de grandes extensiones de tierras, por vía de la exportación de productos agrícolas y mineros, eran los grandes poseedores de riquezas y promotores de los caudillos políticos de la época. El populismo en América Latina está asociado al proceso de industrialización y urbanización que se inicia a partir de los años 20 del siglo pasado, y que se acelera con posterioridad a la Gran Depresión de los años 30.
Ese proceso dio origen, en algunos países de la región, a la formación de movimientos sociales y partidos políticos sustentados en una alianza entre el sector industrial emergente; las capas medias de profesionales que se iban formando; el nuevo sector de trabajadores, organizado en sindicatos; y los tradicionales productores agrícolas o campesinos.
Esos nuevos movimientos sociales y partidos políticos derribaron el viejo Estado oligárquico surgido con posterioridad a la independencia, y crearon lo que ha sido denominado como Estado populista.
Ese Estado populista latinoamericano se caracterizó por adoptar políticas de protección a la naciente industria local, sobre la base de sustitución de importaciones; la intervención del Estado en la conducción de la economía nacional; la nacionalización de recursos naturales, como el petróleo, el cobre y otros productos básicos; la reivindicación del pueblo como actor soberano; la invocación de la independencia y la autodeterminación de la nación; la aparición de un líder carismático, que encarna y simboliza los anhelos de cambio social del pueblo; y la identificación de una fuerza externa, el imperialismo, como amenaza al desarrollo nacional.
Como ejemplos de ese modelo de populismo clásico en América Latina cabe referirse, entre otros, al general Lázaro Cárdenas, en México; Juan Domingo Perón, en Argentina; Getulio Vargas, en Brasil; Haya de la Torre, en Perú; Rómulo Betancourt, en Venezuela y José María Velasco Ibarra, en Ecuador.
EL POPULISMO CONTEMPORÁNEO
Ahora bien, como resultado de la crisis de la deuda en los años 80, que dio lugar a la llamada década perdida en América Latina, emergieron nuevas figuras políticas de corte populista, como Carlos Menem, en Argentina; Fernando Collor de Melo, en Brasil y Alberto Fujimori, en Perú, quienes, sin embargo, una vez en el poder, aplicaron políticas de carácter neoliberal.
Para confrontar esas políticas neoliberales, que consistían en medidas de liberalización y apertura de mercados, privatización de empresas públicas y fomento al libre comercio, las cuales empezaron a hacer crisis a finales de los años 90, surgió un nuevo grupo de líderes progresistas en América Latina.
Entre esos líderes, como hemos dicho, se encuentran Hugo Chávez, en Venezuela; Lula da Silva, en Brasil; Rafael Correa, en Ecuador; Néstor y Cristina Kirchner, en Argentina y Evo Morales, en Bolivia.
A diferencia de los líderes populistas anteriores, que pueden ser considerados, paradójicamente, como populistas neoliberales o de derecha, los líderes previamente mencionados, por el contrario, procedieron a enfrentarse al neoliberalismo y a aplicar políticas de intervención del Estado en la economía, programas sociales a favor de los sectores más desvalidos, estatización de empresas privadas y nacionalización de recursos naturales.
En los Estados Unidos y en Europa occidental, el fenómeno de la globalización, y de manera más específica, la crisis financiera del 2008, convertida en Recesión global, permitió el surgimiento de nuevas formas de participación política cuestionadoras del viejo orden establecido, ya sea, desde una perspectiva de derecha o de izquierda.
En oposición a los planes de rescate a los bancos quebrados por parte del gobierno de Barack Obama, hizo su aparición el llamado Tea Party, vinculado al Partido Republicano e integrado por una red de organizaciones conservadoras contrarias al aumento de impuestos, al libre comercio y a los programas gubernamentales a favor de los sectores más vulnerables.
En contraste con el movimiento populista de ultraderecha del Tea Party, emergió, también como consecuencia de la crisis financiera del 2008, el movimiento Occupy Wall Street, que responsabilizaba de la desigualdad social y de las penurias del 99 por ciento de la población, a la élite del 1 por ciento, conformada por los banqueros de Wall Street y los políticos de Washington.
En el proceso electoral presidencial de los Estados Unidos, Bernie Sanders, aspirante a la nominación por el Partido Demócrata, asumió el pliego de demandas de estos sectores, convirtiéndose, de esa manera, en un líder populista de izquierda.
En Europa occidental, la adopción de políticas de austeridad frente a la crisis, engendró, tanto en España como en Grecia movimientos contestatarios de izquierda, como fueron el de los Indignados, que acabó convirtiéndose en el partido PODEMOS, liderado por Pablo Iglesias; y el partido Siriza, actualmente en el poder, bajo la dirección de Alexis Tsipras.
Pero la crisis económica, conjuntamente con un cierto escepticismo frente a la Unión Europea, el incremento del desempleo y la crisis migratoria, contribuyó al fortalecimiento de un grupo de partidos de ultraderecha, ultranacionalistas y xenofóbicos, como el Partido Independiente, del Reino Unido; el Frente Nacional, en Francia; el Partido Libertad, en Austria y el Partido para la Libertad, en los Países Bajos.
Estos últimos partidos son catalogados como populistas de derecha; y es precisamente a esa categoría a la que, en los Estados Unidos, pertenece Donald Trump, quien llegó a la Casa Blanca con apoyo del Tea Party y de otros grupos conservadores opuestos al poder tradicional en Washington.
Sin embargo, al adoptar una agenda de desregulación del sector financiero; de incorporación de poderosos banqueros a la administración; de reducción de los impuestos a las grandes empresas; y de incremento del gasto militar, Donald Trump pasó de ser un candidato opuesto al poder tradicional de Washington, a ser su auténtico líder y comandante en jefe.
Así de extraño resulta el fenómeno populista, que presenta distintas variantes, sobre todo en tiempos de crisis.
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